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domingo, 11 de marzo de 2012

El del traje empolvado.

Vestía de traje empolvado con plumas en el sombrero y cenizas en la barba, llevaba en el bolsillo la droga que necesitaba para andar tranquilamente por las calles y en el otro bolsillo, llevaba el nombre de quien le suministraba.
Caminaba de un lado para el otro, como si su alma se zambullera en un rio de oeste a este, con los ojos como brújula siempre apuntando al norte para no regresar por el sur del tiempo, doblaba el cuello como serpiente y hacia rechinar sus dientes por el dolor que llevaba en sus pies.

Un soldado se le acerco y le dijo que no fuera tan clandestino, que en este pueblo todo el mundo sabe que lleva esa droga en el bolsillo, le pidió que sacara la droga y la pusiera sobre la tierra, el del traje empolvado saco un cigarrillo del bolsillo donde se encontraba la droga, se lo puso entre los dientes, lo prendió con un zippo, absorbió y exhalo el humo plomo de Venus.
Del humo extraño con forma femenina, dócil y cruel, el del traje empolvado le dijo al soldado que en el otro bolsillo llevaba el nombre de esa mujer, la que le suministraba la droga,  droga que lo dejo con plumas de aves extintas en su sombrero y cenizas de tabaco artesanal en la barba.

El del traje empolvado empujo al soldado y siguió su paso como debía seguirlo para el norte, zambullido por el rio de oeste a este. En el hombro, el del traje empolvado llevaba odio y aferro, sentía que sus anhelos se habían terminado desde que cruzo ese hermoso lago. Inundado por las ideas y el futuro predicho por él, se ahogo en un mar de codicia y cuando salió se había olvidado en lo fondo del lago, su reflexión y espíritu humanitario.


Triste la historia, triste de él
que el día de su futura gloria
término aclamando misericordia.

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