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martes, 31 de diciembre de 2013

No hay infinito en esta nota.

La idea de que este año termina me genera la sensación de tocar el suelo y percibir que ya no soy eterno, ni los sueños y tampoco mi alma. Ya no puedo jugar con mi cuerpo, flexionarlo y engañar al mundo con varios movimientos mentales. Tengo la edad de todo soñador, pero la mente de un condenado a muerte. Ahora que pierdo la borrosidad de la utopía, me ahogo como todo realista sin maravilloso destino.
En estos días voy perdiendo la sonrisa de mi espíritu, alzo la bandera de la ciudad gris; mientras desparramo los latidos de mi corazón taciturno y pienso en las estrellas solas que están lejos y nunca llegaré a tocar.
No sé qué destino tendrá mi amor al vacío, ni la salud al lado suyo. Menos sé que amistad vendrá y si la muerte está cerca, pues bienvenida; siempre estaré esperándola con las manos abiertas para darle un fuerte apretón, porque no quiero perderme lo bello de la despedida en estos días terribles de sentirme un día mortal con sus horas contadas y sus minutos perdidos por el olvido.

Suerte en todo señor, pero a mí como a Vallejo me gusta la vida mucho menos que otros días, tristes y vacíos. Muy triste será no morir en París, ahora que extraño las calles de mi adolescencia y el poema 20 de la pubertad, anhelaba morir en esa ciudad muerta de poetas. Ya no hay Habana donde quiera vivir, ni un che en mi corazón que me haga latir otra vez el sentimiento de vivir un para siempre. Solo estoy yo, consumido por una sociedad cambiante.

Morir no es malo, ni vivir tampoco. Es solo las ganas de volver a vivir los dieciocho otra vez, bailar en la ignorancia y ver percibiendo la luz de un conocimiento que nos hace soñar a escondidas el canto de una sirena en el mar infinito de las historias humanas.  


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Poesía en las calles - Durazno Sangrando

Poesía en las calles
Durazno Sangrando cerrará este 2013 con una noche llena de poesía.

Este jueves 19 de diciembre, desde las seis de la tarde, el colectivo “Durazno Sangrando” presentará su quinto recital de poesía, esta vez, con motivo de fin de año. Con sede en el Albazos PiscoBar (Calle Berlín 172, Miraflores), se esperará a todos los interesados en dicho arte para compartir, una vez más, una experiencia íntima con la poesía. Una experiencia que, como pocas, es capaz de desequilibrar los sentidos y detener el tiempo.

Durazno Sangrando, fundado en marzo del presente año, es un colectivo difusor de poesía, que a través de la promoción de su lectura y escritura, nos introduce a un nuevo escenario de poetas y amantes de la poesía, quienes reunidos con un solo propósito acudirán al presente recital.

En esta oportunidad, además de disfrutar de una improvisación de pintura, gracias a la artista Stephanie Soria, se contará con nueve poetas, quienes han sido organizados en tres mesas: la primera de ellas será inaugurada por el poeta Paul Forsyth. Proseguirá Manuel Liendo y Eduardo Cabezudo finalizará con los poemas elegidos para la noche. En la segunda mesa, recitaránCecilia Podestá, Adriana Malnati yFernando Reverter. Finalmente, en la tercera mesa, Mari Nakazaki, Renzo Brusco –ámbos integrantes del colectivo- junto con Daniel Diaz Ezcurra, se encargarán de consumar la noche.


Durazno Sangrando apuesta por la creación de nuevos escenarios de poesía. Asimismo, ha concentrado sus esfuerzos, con la cooperación del colectivo “Epítome”, en la creación de esta especial edición de fin de año, a la que, realmente, vale la pena acudir.



Para mayor información

El café de Emilio - La desilusión del poeta.

Ni la luna llena reflejada en el mar del panorama que se puede apreciar desde el parque Salazar, saciaba el corazón del pobre Emilio en aquellas noches grises ambientadas por un gélido viento que desmoronaba las lágrimas de su pobre rostro maquillado del tráfico limeño. Su pecho sentía la depresiva sensación de estar solo entre el medio millón de habitantes en la capital y su pérdida mirada, llena de llanto lo llevó a alguna tienda cercana del parque; perdiéndose por las calles oscuras de O'Donovan como una sombra en la oscuridad no entendía si realmente él era real.
Cuando encontró la luz de una tienda, empapada por carteles de helados y otros baratos productos  desesperadamente pidió al ingresar un ron al precio de una lata de leche,  dos gaseosas personales y una cajetilla de veintes balas de tabaco. Como si los minutos al combinarlos con cubas libres envejecieran su carisma, la pobre pinta criolla de su rostro limeño en ruina iba delatándolo con el sereno que de un modo amable le pidió que no siga bebiendo en las áreas públicas. Jocoso, derramaba carcajadas Emilio ante el rostro del sereno.
-Joven, no es por molestarlo; pero no está permitido tomar en áreas públicas. Los vecinos se quejan y luego la culpa recae sobre nosotros.- Decía el sereno humilde, sin matonerías como otros serenos del distrito. El trato le agradó a Emilio, contándole un resumen de su actitud miraflorina bohemia; aunque poca entendible.
-Entiendo tu trabajo, vivo en el distrito y sé que es generar disturbios o ridiculeces como esta. Lo que menos quiere Miraflores es ver el pasado en el presente, seguir viendo ebrios vomitando en algún parque da vergüenza. No te preocupes ya me retiraré en dos minutos, permíteme tomar los últimos sorbos de esta botella y me voy.-
No pasaron más de tres minutos y el bohemio se fue a su hogar caminando por la avenida Larco; viendo los borrosos rostros de los transeúntes solitarios y parejas felices que iban al malecón a pasar un agradable momento de la sociedad limeña.
Perdiendo su propia razón, el rostro condenado estaba a unas cuadras de su propia casa y en la bodega del chino compró otra botella de ron negro, pero en esta ocasión una que alcance toda el alba.  Arrastrando su cuerpo al llegar a su casa, se había confundido si lloraba por Micaela o Julia o alguna musa del pasado. Daba igual, lloraba por amor. Encontró en su sala, dos cajetillas de cigarros y prendió su laptop a un volumen apto para los oídos de Emilio; Rodriguez y Milanes cantaban para sus penas.  Mientras llegaban los dolores del espíritu, recostados sobre su mente; una pena profunda de su pequeña alma brotaba de los campos por cada sorbo bebido de alcohol absorbiendo los sueños de amor del pobre poeta. La debilidad desgarró sus fuerzas; como si un pedazo de vidrio rompiera una piedra. Las ilusiones escapan del cuerpo catastrófico que las albergaba a través de las lágrimas y de sus poros el sudor sabor a ron, dejaba rastro en el lapicero con el que escribía poema tras poemas toda la madrugada.
Cataratas y desbordes de llantos embarraban los antiguos versos que leía, como si se perdiera en una trágica historia de Alejandría toda la cultura de amor a dos poderosas afroditas.
Ante el apocalíptico suceso la vida y la muerte dejaron sola a la soledad de Emilio con él, como si fuera un objeto inerte. Tal roca sin presencia de nadie, ni el propio tiempo quiso quedarse, huyendo del funesto presente.  Hasta que el alba llegó y el cuerpo despoblado de emociones, no emitía un latido de vida.  El cadáver se levantó, después de la vida y muerte, percibiendo que todo había acabado en una terrible sequía de sentimientos.  Sin rostro, ni alma era un cadáver sin identificación. Un desaparecido esparcido en el pensamiento de vivir sin amar. Sin volver amar infinitamente. Había exiliado a Cupido y colocó en sus campos muertos una lápida al pensamiento romanticista de aquella noche.

domingo, 8 de diciembre de 2013

El café de Emilio - Un breve beso eterno.

Los alrededores de la Huaca Pucllana son preferibles para los deportistas y  los consumidores de marihuana y amor que desean sorprender a sus grupos sociales.
Era cuestión de ver las pruebas del pasado y las que vendrían a futuro, a través de la especulación para analizar el trágico recuerdo de un Emilio olvidado por sus amigos.

No era el rebote de un latido venenoso, pero debía conversar con alguien. Por la situación la única persona con la que podía conversar, era Julia. Saldría a pasear por los alrededores de mi casa y no habría ningún problema, como los que teníamos en el pasado. El presente era muy distinto. Ella andaba con ese tal “flaco”. Estaba seguro que nuestra salida iba a ser consolidada como los inicios de nuestra amistad. Dejando atrás esos sentimiento enfermizos que no entendía.

La esperaba sentado en la banca del pequeño parque sin nombre, que cruzaba la calle General Borgoña con la calle Sarrio; prendiendo otro cigarro y mirando los carros estacionados. Al llegar se dijeron lo clásico de siempre. “¿Cómo estás? y las novedades matutinas.”
Lo que me sorprendió fue su necesidad de evocar el pasado, como si hubiera sido perfecto. No les puedo negar los maravillosos momentos que había compartido con ella, pero traer las sensaciones enterradas a la vida actual. Son comportamientos que nunca deben pasar, por cuestiones del bienestar de un héroe de batalla, en la amistad bautizada al amor. Estoy seguro que cualquiera que pase por lo mismo que pasé yo, estuviera condenado a vivir otra vez un ciclo de dudas sobre si verdaderamente está enamorado. A pesar de estas dudas que venían a mí, mi indiferencia por mi propio bien se mantuvo de pie, hasta que no sabíamos que hacer y la tarde se hacía larga. Fue cuando recordé la casa a pocas cuadras donde estábamos de Arianna, una amiga que teníamos entre los dos. Podíamos visitarla y así evadir mayores recuerdos. Sin una palabra de mi plan espontáneo, fuimos por la Calle Ayacucho mientras su voz desesperada callaba mi indiferencia. Por suerte, estábamos cada vez más cerca, en plena Avenida Arequipa. Aunque no sabía si llegaría con mis cinco sentidos a la casa de Arianna por los múltiples recuerdos que me traía. En el cruce de la Arequipa y Domingo Orué mi pobre manera de dejarme llevar por Julia había brotado instantáneamente. A pesar de mi intento de mantenerme indiferente, incrementaban los deseos. Cerca de la puerta de Arianna, cada vez eran más. Ya en la puerta, era muy tarde y me había dejado llevar por Julia. Tocamos el timbre y Julia no dijo nada. Arianna sorprendida nos miró y preguntó qué hacíamos juntos y en su puerta. Fue cuestión de unos minutos retóricos explicándole  que no teníamos nada que hacer y si podíamos estar con ella, para así no estar solo los dos en plena calle fría; ingresamos a su casa y fue cuando Julia preguntó si podíamos ver una película. Arianna me miró molesta y nos pidió que nos sentemos, porque no era el mejor momento para interrumpirla. Estaba viendo Rashomon y nosotros habíamos llegado en una clásica escena. Fue cuando guardamos silencio, nos sentamos y dominado por la dopamina impulsada de Julia, jugué con el tazón de palomitas de maíz cogiendo un grupo de ellas y entregándolas a su boca. Sigilosamente, sin que Arianna se desconcentre de su película. Entre esos juegos que hacían a Julia, el “Cesar” miraba atentamente como sus labios se dejaban llevar por donde mi mano se movía y en mí pecho sentía la marea de un tsunami llegando a las orillas de mi corazón. Por lo jugado, ella deslizaba sus labios sobre mis manos, cuando entregaba las palomitas a su boca y entonces no esperé ni un minuto más para abrazarla. Cuando lo intenté y ella impulsó sus labios hacia los míos, como si fueran mis manos; nos entregamos en un breve beso de dos segundos. Sin entender que fue un beso, intenté abrazarla de nuevo, pero una vez más un breve beso de tres segundos se impuso al abrazo frustrado. Perdiendo la razón por el impulso desestabilizador. Terminábamos de ver la película, tomados de la mano.
Fueron esos dos cortos besos, los que vistieron a Julia una Musa para mí. Cuando al terminar la película Arianna se levantó sin decir nada y se dirigió a su cocina. Aproveché ese corto momento, para entregarle un beso en la frente, como los que le daba por tanto respeto tenidos a ella, así recordando los más grandes recuerdos de una dorada época de amistad con beneficios de pasados tiempos con ella. Al regresar Arianna, nos despedimos de ella, porque ya no sabíamos que hacer. Salimos y nos despedimos de ella con las dilatadas miradas entre nosotros. Fue cuando sonó la puerta cerrarse y el impulso brotó de mi alma, como un muerto se levanta de su tumba para aferrarme a su cuerpo, besándola en el ocaso cubierto por casas; abrazándonos para no caernos, mientras flotábamos en la acera nuestras almas eran una marea del océano profundo. Luego como si fueran réplicas de nuestros besos, llegaron más en cada cuadra que cruzábamos. Penetrando al infinito deseo sexual, cuando estábamos cerca mi casa; pero mi devoción romántica para eso tiempos dejó llevarse por lo obtenido y seguir sujetándome a esos labios. Después de aproximadamente 23 cuadras llegamos al Parque Henry Dunnant y decidió irse sola a su casa, con su pequeña voz inocente.

La besó en la frente y ella le entregó un abrazo en la noche larga del malecón. Se despidió y él tan satisfecho regresó a su casa. Lo irónico de todo fue olvidarse de lo que tenía que contarle. Recogía la tinta derramaba por las calles que cruzaron y Emilio al llegar a su casa, se conectó por la red social que solía usar para conversar con la peor condena de todas, el sufrimiento eterno que Cristo nunca pagó por él. Julia le había dicho que había cometido un error y él solo le siguió la corriente, diciendo que no había pasado nada, cuando Julia para calmarse dejó de hablar sin despedida.

Un día se había hecho una década para un corazón roto y para la indiferencia, solo una hora de experiencia.

lunes, 2 de diciembre de 2013

El café de Emilio - El deseo contagioso.

El parque del amor aunque suene paradójico es el espacio menos apreciado por las parejas bohemias. Será tal vez su cliché, su popularidad de centro comercial o tal vez sea por ser vecino del puente Villena (antiguo hogar de suicidas) También se especula que es el parque y no el puente el que ha condenado a la muerte a cientos de personas; mientras las trágicas víctimas del puente son solo la muestra radical de la combinación de recuerdos tatuados en el pasado, intentando escapar de algún error amoroso comenzado en el parque del amor.
Realmente poca importancia tenía una leyenda urbana como la que Emilio  repetía en sus escritos, en el fondo mostrando su antipatía por el parque; tal como Andrés, al decir que en cualquier parte del malecón miraflorino los actos sexuales se tornan eróticos al esconderse y los nervios de los participantes del deseo encarnado ponen a prueba sus sentidos para evitar algún morboso espectador o una víctima de una indeseada vista. Digamos que para Andrés era absurdo el parque del amor, cuando el amor se practica en todos lados menos en ese espacio del malecón.

Era curiosamente tarde, sin consciencia de serlo. Preguntaría cualquier cosa, pero no deseó hacerlo. Se mantuvo callada. Sin un saludo, me miraba enojada y de su furiosa lengua escupió sobre mi mente el olor de un café de hace veinte minutos traídos al presente por invocar un fastidioso recuerdo por mi tardía llegada. Realmente no sabía que hacer, las tardanzas suelen suceder en la vida informal del cariño, como en el espacio espiritual o abstracto. Era evidente su enojo y ante eso quería decirle “Dios tarda, pero no olvida” pero hubiera brotado su enojo mas de lo que ya estaba y su ateísmo budista se hubiera consolidado por ese dicho pronunciado. Así que preferí decirle algo supuestamente ético y romántico “Perdón” pero para qué dije eso. La cura, fue peor que la enfermedad. Recibí en pleno parque del amor una cátedra de mi  primer acto incorrecto en las primeras dos semanas de relación. Como si fuera poco para mí –ya hubiera querido- se quitó la chompa ligera de encima para mostrar la mitad de su sus senos al descubierto con la excusa del caluroso clima. Nunca antes había visto sus senos como ese día, tan deseados por mi instinto castigado, cuando intenté acercarme y se apartó de mí. Capté inmediatamente lo que buscaba. Empatía. Ella quería que la entendiera, pero no sabía qué hacer en ese preciso instante. Hasta que una idea brotó de uno de los bolsillos de mi saco, al entregarle el habano que recién había comprado para esa noche, el cual iba a usar para liberar toda pereza y hacer de mi noche, una bohemia compañía. Al explicarle la importancia de mi puro y haber visto una sonrisa en su rostro al entregárselo; percibí que toda estaba resuelto.
Nos sentamos en una de las bancas de balta, cuando mis latidos se aceleraban con sus besos y al cesar mis labios recorrían su cuello; sutilmente rozaban las faldas de sus senos, mientras exhalaba sobre mi cuello. Sentí desenfrenadamente el deseo de hacerla sentir en donde sea posible lo mismo y mucho más de lo que mi cuerpo excitado pedía a gritos. Era cuestión de minutos, para llevarla a mi casa; pero trágicamente el tiempo no estaba a favor nuestro. Lo cual no fue un fastidio para mí, pero para mi mente y mi emocionado miembro era desesperante no haber logrado nada ese día, cuales para compensarlos tuve que relajarlos con la imaginación, usando la divina masturbación que me brindaba Dionisio, para poder esa noche concentrarme en la música.

La noche llegaba y las responsabilidades de los dos se tornaban estresantes, cada minuto que pasaba. Era el momento de dejarla en su hogar y firmar la salida con otro de esos besos largos, tatuados en los labios de ella. Recordando rumbo a mi casa, cuando nos levantamos de las bancas de balta su mirada directa a mi bulto cubierto, intentando con la fantasía desvestirlo. Ese día me aprendí que el deseo es contagioso. Dejándome ese recuerdo pensativo por la calle San Martín.