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martes, 31 de diciembre de 2013

No hay infinito en esta nota.

La idea de que este año termina me genera la sensación de tocar el suelo y percibir que ya no soy eterno, ni los sueños y tampoco mi alma. Ya no puedo jugar con mi cuerpo, flexionarlo y engañar al mundo con varios movimientos mentales. Tengo la edad de todo soñador, pero la mente de un condenado a muerte. Ahora que pierdo la borrosidad de la utopía, me ahogo como todo realista sin maravilloso destino.
En estos días voy perdiendo la sonrisa de mi espíritu, alzo la bandera de la ciudad gris; mientras desparramo los latidos de mi corazón taciturno y pienso en las estrellas solas que están lejos y nunca llegaré a tocar.
No sé qué destino tendrá mi amor al vacío, ni la salud al lado suyo. Menos sé que amistad vendrá y si la muerte está cerca, pues bienvenida; siempre estaré esperándola con las manos abiertas para darle un fuerte apretón, porque no quiero perderme lo bello de la despedida en estos días terribles de sentirme un día mortal con sus horas contadas y sus minutos perdidos por el olvido.

Suerte en todo señor, pero a mí como a Vallejo me gusta la vida mucho menos que otros días, tristes y vacíos. Muy triste será no morir en París, ahora que extraño las calles de mi adolescencia y el poema 20 de la pubertad, anhelaba morir en esa ciudad muerta de poetas. Ya no hay Habana donde quiera vivir, ni un che en mi corazón que me haga latir otra vez el sentimiento de vivir un para siempre. Solo estoy yo, consumido por una sociedad cambiante.

Morir no es malo, ni vivir tampoco. Es solo las ganas de volver a vivir los dieciocho otra vez, bailar en la ignorancia y ver percibiendo la luz de un conocimiento que nos hace soñar a escondidas el canto de una sirena en el mar infinito de las historias humanas.  


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