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domingo, 8 de diciembre de 2013

El café de Emilio - Un breve beso eterno.

Los alrededores de la Huaca Pucllana son preferibles para los deportistas y  los consumidores de marihuana y amor que desean sorprender a sus grupos sociales.
Era cuestión de ver las pruebas del pasado y las que vendrían a futuro, a través de la especulación para analizar el trágico recuerdo de un Emilio olvidado por sus amigos.

No era el rebote de un latido venenoso, pero debía conversar con alguien. Por la situación la única persona con la que podía conversar, era Julia. Saldría a pasear por los alrededores de mi casa y no habría ningún problema, como los que teníamos en el pasado. El presente era muy distinto. Ella andaba con ese tal “flaco”. Estaba seguro que nuestra salida iba a ser consolidada como los inicios de nuestra amistad. Dejando atrás esos sentimiento enfermizos que no entendía.

La esperaba sentado en la banca del pequeño parque sin nombre, que cruzaba la calle General Borgoña con la calle Sarrio; prendiendo otro cigarro y mirando los carros estacionados. Al llegar se dijeron lo clásico de siempre. “¿Cómo estás? y las novedades matutinas.”
Lo que me sorprendió fue su necesidad de evocar el pasado, como si hubiera sido perfecto. No les puedo negar los maravillosos momentos que había compartido con ella, pero traer las sensaciones enterradas a la vida actual. Son comportamientos que nunca deben pasar, por cuestiones del bienestar de un héroe de batalla, en la amistad bautizada al amor. Estoy seguro que cualquiera que pase por lo mismo que pasé yo, estuviera condenado a vivir otra vez un ciclo de dudas sobre si verdaderamente está enamorado. A pesar de estas dudas que venían a mí, mi indiferencia por mi propio bien se mantuvo de pie, hasta que no sabíamos que hacer y la tarde se hacía larga. Fue cuando recordé la casa a pocas cuadras donde estábamos de Arianna, una amiga que teníamos entre los dos. Podíamos visitarla y así evadir mayores recuerdos. Sin una palabra de mi plan espontáneo, fuimos por la Calle Ayacucho mientras su voz desesperada callaba mi indiferencia. Por suerte, estábamos cada vez más cerca, en plena Avenida Arequipa. Aunque no sabía si llegaría con mis cinco sentidos a la casa de Arianna por los múltiples recuerdos que me traía. En el cruce de la Arequipa y Domingo Orué mi pobre manera de dejarme llevar por Julia había brotado instantáneamente. A pesar de mi intento de mantenerme indiferente, incrementaban los deseos. Cerca de la puerta de Arianna, cada vez eran más. Ya en la puerta, era muy tarde y me había dejado llevar por Julia. Tocamos el timbre y Julia no dijo nada. Arianna sorprendida nos miró y preguntó qué hacíamos juntos y en su puerta. Fue cuestión de unos minutos retóricos explicándole  que no teníamos nada que hacer y si podíamos estar con ella, para así no estar solo los dos en plena calle fría; ingresamos a su casa y fue cuando Julia preguntó si podíamos ver una película. Arianna me miró molesta y nos pidió que nos sentemos, porque no era el mejor momento para interrumpirla. Estaba viendo Rashomon y nosotros habíamos llegado en una clásica escena. Fue cuando guardamos silencio, nos sentamos y dominado por la dopamina impulsada de Julia, jugué con el tazón de palomitas de maíz cogiendo un grupo de ellas y entregándolas a su boca. Sigilosamente, sin que Arianna se desconcentre de su película. Entre esos juegos que hacían a Julia, el “Cesar” miraba atentamente como sus labios se dejaban llevar por donde mi mano se movía y en mí pecho sentía la marea de un tsunami llegando a las orillas de mi corazón. Por lo jugado, ella deslizaba sus labios sobre mis manos, cuando entregaba las palomitas a su boca y entonces no esperé ni un minuto más para abrazarla. Cuando lo intenté y ella impulsó sus labios hacia los míos, como si fueran mis manos; nos entregamos en un breve beso de dos segundos. Sin entender que fue un beso, intenté abrazarla de nuevo, pero una vez más un breve beso de tres segundos se impuso al abrazo frustrado. Perdiendo la razón por el impulso desestabilizador. Terminábamos de ver la película, tomados de la mano.
Fueron esos dos cortos besos, los que vistieron a Julia una Musa para mí. Cuando al terminar la película Arianna se levantó sin decir nada y se dirigió a su cocina. Aproveché ese corto momento, para entregarle un beso en la frente, como los que le daba por tanto respeto tenidos a ella, así recordando los más grandes recuerdos de una dorada época de amistad con beneficios de pasados tiempos con ella. Al regresar Arianna, nos despedimos de ella, porque ya no sabíamos que hacer. Salimos y nos despedimos de ella con las dilatadas miradas entre nosotros. Fue cuando sonó la puerta cerrarse y el impulso brotó de mi alma, como un muerto se levanta de su tumba para aferrarme a su cuerpo, besándola en el ocaso cubierto por casas; abrazándonos para no caernos, mientras flotábamos en la acera nuestras almas eran una marea del océano profundo. Luego como si fueran réplicas de nuestros besos, llegaron más en cada cuadra que cruzábamos. Penetrando al infinito deseo sexual, cuando estábamos cerca mi casa; pero mi devoción romántica para eso tiempos dejó llevarse por lo obtenido y seguir sujetándome a esos labios. Después de aproximadamente 23 cuadras llegamos al Parque Henry Dunnant y decidió irse sola a su casa, con su pequeña voz inocente.

La besó en la frente y ella le entregó un abrazo en la noche larga del malecón. Se despidió y él tan satisfecho regresó a su casa. Lo irónico de todo fue olvidarse de lo que tenía que contarle. Recogía la tinta derramaba por las calles que cruzaron y Emilio al llegar a su casa, se conectó por la red social que solía usar para conversar con la peor condena de todas, el sufrimiento eterno que Cristo nunca pagó por él. Julia le había dicho que había cometido un error y él solo le siguió la corriente, diciendo que no había pasado nada, cuando Julia para calmarse dejó de hablar sin despedida.

Un día se había hecho una década para un corazón roto y para la indiferencia, solo una hora de experiencia.

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