Esperaba a Emilio, para contarle todos los detalles en mente de
su próxima salida con Micaela; pero esta vez sin engañarlo. Era una tarde para
Andrés sentado con los cigarros contados en el bolsillo, en una de las bancas
-mal gastadas por escolares enamorados- del ovalo Julio Ramón Ribeyro.
Contaría todo su plan para el pobre poeta urbano, ante los incómodos
pensamientos de no haber actuado de la manera correcta con él. Había
prendido el cuarto cigarro y al pisar la colilla, una fría mano sintió sobre su
hombro; cuando escuchó un “Hola, qué fue” de Emilio traído por una llamada a su
celular en el cine pacifico, al ser necesitado por Andrés con ansías de
conversar con alguien y él preocupado por la urgencia salió sin terminar de ver
la película. Alejado del tiempo, sin recordar el dinero perdido ni el contexto
solitario en el que se encontraba. Emilio llegó a tiempo, como había quedado
con él “dame diez minutos y estoy ahí.” Siempre puntual y ahí estaba cuando
volteó su rostro nervioso hacia el poeta, después de sentir la deshidratada
mano de haber corrido la mitad de la avenida Pardo. Tal vez fueron las palabras
de Andrés las que sentían el miedo; aunque no fueron impedimento para contarle
a su amigo lo que sentía en ese momento.
-Creo que ya me decidí.-
Emilio tratando de adivinar a qué se refería, se sentó a su
lado. -¿De qué hablas?- Perdido en una conversación sin sentido.
-De Micaela. Me gusta y creo que por ella si soy capaz de
dejarme de pendejadas.- Confesando lo que sentía por Micaela, dejando la razón
durmiendo por un tiempo.
Con la risa brotando de la cara de Emilio e impresionado por lo
que es capaz de hacer el amor «Jajaja qué mierda. ¿Esto es en serio?» despertó
a una de sus voces dentro de él, cuando le pidió algo más concreto.
-O sea ¿quieres estar con ella?- decía Emilio intentando
prevalecer la seriedad y sin mucha preocupación por lo que vendría después,
pero una voz en la cabeza de Emilio, le quitó las risas de la mente «Tú qué
crees huevón. Es tardío, pero hasta los más grandes pendejos se enamoran.»
Micaela era un tema olvidado, guardado en unos de sus bolsillos y prefería el
bienestar de ella y el de Andrés, al de él, pero esa voz violó los códigos
invocando ese gusto pecaminoso a la mente del literato.
-Men, si fuera otra flaca, tal vez no sería igual; pero no sé,
siento algo distinto por ella. No sé qué es, pero quiero arriesgarme. Te lo
juro- Tragando su propia saliva y angustiado por lo que sentía de no saber lo
que quería. Andrés afirmaba sus sentimientos, sin consulta previa a los
acalorados debates del corazón y la razón.
-Entonces ¿quieres estar con ella?- Esperando Emilio la
respuesta como si fuera un juicio a cadena perpetua; a pesar de su preferencia
por ellos dos. Él sabía que con un Sí se tatuaba en la mente la condena que pudo
haber escuchado si hubiera sido más rápido en los juegos del amor.
-Sí.- Atravesaba los oídos de Emilio y antes de llegar al
corazón alborotado. Emilio le dijo bebiendo un trago de su propia saliva.
-Sal con ella y dile para estar. Pásame un pucho.-
Nervioso Andrés en el laberinto de la dopamina, le pidió ayuda
al que siempre ayudaba. Sacando el quinto con el sexto cigarro, uno para Emilio
y otro para él.
-Eso haré, pero necesitaba que me dieras algún consejo.- Su voz
inocente, sutil y virgen en relaciones, se entregaba al poeta prendiendo los
cigarros.
No sabía que aconsejarle, y al perderse en el laberinto de
consejos egoístas se hundió en su adicción para soltar palabras de su propia
fantasía, antes de la mediocre realidad que estaba pasando.
-Yo no te puedo dar consejos en esto. Debes ser tú y
arriesgarte. Si realmente te quiere, va a estar ahí y seguro tú también estarás
para ella. Solo debes luchar por ella y demostrarle que eres tú. Sin mascaras,
ni disfraces. Es lo único que te puedo decir.- Pasando la saliva que embriaga
sus pensamientos en un silencio de mente temporal.
El chico que acababa de ser bautizado en el mundo del amor y
dejaba atrás los vicios eróticos de todo joven, le sonreía a Emilio, sintiendo
los remesones ilusorios de un futuro sin nombre.-Haré lo que pueda, gracias
men. Trataré de mostrarle lo mejor de mí.-
La necesidad de seguir hundiéndose era notaria, aunque Andrés
nunca se daría cuenta por su narcisista personalidad. -No te preocupes. Me das
unos puchos, antes que me vaya, porque había quedado hacer unas cosas después
del cine y bueno, disculpa, pero son importantes.- Concedió los cigarros y con
un “Chau, cuídate y suerte en todo”, mientras lo abrazaba; como un novato en
mostrar cariño a sus amigos cercanos, se despedía Andrés de él. Entre la noche
y las luces que giraban alrededor del ovalo Julio Ramón Ribeyro, y el
pensamiento bohemio Emiliano alejándose de Pardo iba pintando la triste soledad
de la avenida miraflorina. Sin escuchar Andrés el pensamiento «Cuánto amor habrá
en el infierno, para seguir quedándome en esta maldita tierra»
No hay comentarios:
Publicar un comentario