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martes, 19 de noviembre de 2013

El café de Emilio - Conversando al lado de Ramón.

Esperaba a Emilio, para contarle todos los detalles en mente de su próxima salida con Micaela; pero esta vez sin engañarlo. Era una tarde para Andrés sentado con los cigarros contados en el bolsillo, en una de las bancas  -mal gastadas por escolares enamorados- del ovalo Julio Ramón Ribeyro. Contaría todo su plan para el pobre poeta urbano, ante los incómodos pensamientos de  no haber actuado de la manera correcta con él. Había prendido el cuarto cigarro y al pisar la colilla, una fría mano sintió sobre su hombro; cuando escuchó un “Hola, qué fue” de Emilio traído por una llamada a su celular en el cine pacifico, al ser necesitado por Andrés con ansías de conversar con alguien y él preocupado por la urgencia salió sin terminar de ver la película. Alejado del tiempo, sin recordar el dinero perdido ni el contexto solitario en el que se encontraba. Emilio llegó a tiempo, como había quedado con él “dame diez minutos y estoy ahí.” Siempre puntual y ahí estaba cuando volteó su rostro nervioso hacia el poeta, después de sentir la deshidratada mano de haber corrido la mitad de la avenida Pardo. Tal vez fueron las palabras de Andrés las que sentían el miedo; aunque no fueron impedimento para contarle a su amigo lo que sentía en ese momento.
 -Creo que ya me decidí.-
Emilio tratando de adivinar a qué se refería, se sentó a su lado. -¿De qué hablas?- Perdido en una conversación sin sentido.
-De Micaela. Me gusta y creo que por ella si soy capaz de dejarme de pendejadas.- Confesando lo que sentía por Micaela, dejando la razón durmiendo por un tiempo.
Con la risa brotando de la cara de Emilio e impresionado por lo que es capaz de hacer el amor «Jajaja qué mierda. ¿Esto es en serio?» despertó a una de sus voces dentro de él, cuando le pidió algo más concreto. 
-O sea ¿quieres estar con ella?- decía Emilio intentando prevalecer la seriedad y sin mucha preocupación por lo que vendría después, pero una voz en la cabeza de Emilio, le quitó las risas de la mente «Tú qué crees huevón. Es tardío, pero hasta los más grandes pendejos se enamoran.» Micaela era un tema olvidado, guardado en unos de sus bolsillos y prefería el bienestar de ella y el de Andrés, al de él, pero esa voz violó los códigos invocando ese gusto pecaminoso a la mente del literato.
-Men, si fuera otra flaca, tal vez no sería igual; pero no sé, siento algo distinto por ella. No sé qué es, pero quiero arriesgarme. Te lo juro- Tragando su propia saliva y angustiado por lo que sentía de no saber lo que quería. Andrés afirmaba sus sentimientos, sin consulta previa a los acalorados debates del corazón y la razón.
-Entonces ¿quieres estar con ella?- Esperando Emilio la respuesta como si fuera un juicio a cadena perpetua; a pesar de su preferencia por ellos dos. Él sabía que con un Sí se tatuaba en la mente la condena que pudo haber escuchado si hubiera sido más rápido en los juegos del amor.
-Sí.- Atravesaba los oídos de Emilio y antes de llegar al corazón alborotado. Emilio le dijo bebiendo un trago de su propia saliva.
-Sal con ella y dile para estar. Pásame un pucho.- 
Nervioso Andrés en el laberinto de la dopamina, le pidió ayuda al que siempre ayudaba. Sacando el quinto con el sexto cigarro, uno para Emilio y otro para él. 
-Eso haré, pero necesitaba que me dieras algún consejo.- Su voz inocente, sutil y virgen en relaciones, se entregaba al poeta prendiendo los cigarros. 
No sabía que aconsejarle, y al perderse en el laberinto de consejos egoístas se hundió en su adicción para soltar palabras de su propia fantasía, antes de la mediocre realidad que estaba pasando.
-Yo no te puedo dar consejos en esto. Debes ser tú y arriesgarte. Si realmente te quiere, va a estar ahí y seguro tú también estarás para ella. Solo debes luchar por ella y demostrarle que eres tú. Sin mascaras, ni disfraces. Es lo único que te puedo decir.- Pasando la saliva que embriaga sus pensamientos en un silencio de mente temporal. 
El chico que acababa de ser bautizado en el mundo del amor y dejaba atrás los vicios eróticos de todo joven, le sonreía a Emilio, sintiendo los remesones ilusorios de un futuro sin nombre.-Haré lo que pueda, gracias men. Trataré de mostrarle lo mejor de mí.- 

La necesidad de seguir hundiéndose era notaria, aunque Andrés nunca se daría cuenta por su narcisista personalidad. -No te preocupes. Me das unos puchos, antes que me vaya, porque había quedado hacer unas cosas después del cine y bueno, disculpa, pero son importantes.- Concedió los cigarros y con un “Chau, cuídate y suerte en todo”, mientras lo abrazaba; como un novato en mostrar cariño a sus amigos cercanos, se despedía Andrés de él. Entre la noche y las luces que giraban alrededor del ovalo Julio Ramón Ribeyro, y el pensamiento bohemio Emiliano alejándose de Pardo iba pintando la triste soledad de la avenida miraflorina. Sin escuchar Andrés el pensamiento «Cuánto amor habrá en el infierno, para seguir quedándome en esta maldita tierra»

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