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sábado, 21 de septiembre de 2013

El café de Emilio - La hora tomada

En el parque Clorinda, donde distintas aves silban a las 5 de madrugada, despertando a los más ancianos para que recorran el cuadrado dividido que los invita a vivir por unos años más. Las hojas de los arbustos miraban a los perros correr por todos lados. Se pusieron tristes por no tener el don de correr por el panorama que las ramas les otorgaron, entonces se vieron entre ellas y se tocaron las palmas prometiéndose nunca abandonarse, a pesar del deseo de recorrer tan lejano sueño en tan bella primavera. Como cambian las simples cosas; las hojas se fueron donde las llevó el viento y se olvidaron de sus promesas con un soplo de otoño. Tal pasó con Emilio y las promesas que le hizo a su corazón tan maltratado. Él estaba seguro de no volver a sentir lo que vivió con Julia, pero no pensaba que desafiar los mandamientos de Cupido le iba a desatar el castigo más grande entre todos los dioses del amor. Saborear la fantasía de haber estado a unos minutos de tener la suficiente valentía para decirle lo que sentía, el afecto distinto que tenía él por ella, entre todas las mujeres y conocer de golpe esa condena. “Se le sentencia a Emilio Rodríguez Silva encadenar su corazón y castigar su mente por siempre, por ser culpable a falta de valentía y desear a la mujer de su mejor amigo” decía la voz dentro de su consciente y en el mundo lleno de códigos. Mientras en sus sueños, su inconsciente escapaba de esa cárcel maldita y abrazaba sus deseos que habían crecido con el paso de los años.
Esa noche en el parque. La silla cargaba el cuerpo muerto de Emilio Rodríguez esperando la llegada de los recién presos del amor, treinta minutos antes de la hora tomada para reflexionar su postura de la relación o comportarse ante un balazo de besos ante sus ojos. Pasaban los minutos y sus ojos se iban pudriendo por dentro.
«Esto me pasa por cabro, si solo le hubiera dicho. Tal vez la historia hubiera sido distinta.» La sed amarga de una pareja y más aún su deseo estancado eran los pensamientos con los que pasaba el rato, mientras llegaban los muchachos. Al ser diez para las ocho con unos segundos, Micaela va corriendo donde Emilio desesperada para decirle unas cosas claras, para que todo el espacio salga perfecto. Intentando que su historia de amor sea la adecuada y probando el dulce manjar de los romances juveniles a su edad.
-Emilio, ¿cómo me veo?- decía Micaela agitando su corazón, más que su cuerpo.  Cuando Emilio vio en esta el jean que siempre le decía que se ponga, la polera manga larga que servía como fondo para resaltar el crucifijo que él le regaló, la boina de lana negra que compraron los dos juntos y se prestaban las veces que salían. Solo pensó en una cosa, mirando fijamente al crucifijo.
«Si él murió por amor, porque no me matas ahora que conozco el pecado del mundo.» -Te ves bien.-  decía Emilio con tranquilidad.
-Perfecto, ya mira. No sé, pero él es algo especial, después de lo que te conté hicimos video llamadas todos los días en las noches y tocaba a Silvio. Es tan lindo. Te lo juro, muero por él. ¿Tú qué me dices de él?-  Los oídos de Emilio no eran el mejor panal, para tales palabras bañadas de miel.  -.Sí Andrés es chévere, cuando lo conozcas te va a caer bien; harían una buena pareja.-  Repetía el mismo acto de Pedro ante Cristo y negaba el amor por ella sin gallos que cacaraqueaban. Micaela sonreía creando burbujas con posibles sucesos. (El primer mes, el aniversario, las maravillosas salidas y los abrazos infinitos con la firma de sus besos) Emilio pensaba (Su inevitable soledad, la boda de Micaela, los hijos de la relación y el día de su muerte) Andrés pensaba (Micaela y sus labios, sus ojos, su pelo,  su cuerpo; la primera vez; si durará más de un mes)
Andrés a media cuadra se preparaba para enfrentar en la plaza de su público ficticio al toro que esa noche quería dominar, para llevarse a casa la gloria cantada. El trovador vio de lejos a Emilio y Micaela sentados esperándolo, cuando llegó y la saludó impregnando sus labios por primera vez en su rostro. Emilio sintió una banderilla que le atravesaba todo el lomo delante del público ficticio que se burlaba de este pobre animal sin salida, ni futuro. –Disculpen la demora, tenía que  hacer unas cosas.-
-. No hay problema –dijo Micaela, sonriendo a los ojos de Andrés.- Andrés animado por la racha de goles que anotaba con solo estar presente animó sus cuerdas vocales y el arte que le nacía de seducir a jóvenes ninfas como Micaela. sacó la guitarra de pronto de su estuche.
-. Ya bueno, querías que toque “Te doy una canción”.-  Micaela con la ternura estampada en el rostro pardo, movía la cabeza verticalmente.
-. Ya regreso, voy por un café instantáneo.-
«Qué  mierda estoy pensando.»  Con un simple “ya” de parte de los dos, se fue del parque dejando solos a los ilusos, o, la ilusa con el hipnotizador de corazones. Iba cantando Andrés la canción al costado de ella. Micaela escuchaba la canción sentada al costado de él. Cuando de un “Te molesta mi amor” fueron trepando escalas con “La era está pariendo un corazón” Las almas se respiraban mutuamente, como si por suerte del destino el alma sudara;  hasta que acomodaron sus espíritus, para lanzarse al vacío de un beso. Asfixiando todo pensamiento y siendo solo el beso, la sombra de Emilio con su café se derrumbada a lo lejos por siete puñales en la espalda, veinte golpes en el rostro y una piedra que reventaba su cráneo para acabar con el tormento que llevaba en su cabeza. No volvió Emilio a la banca, se fue como un desaparecido del lugar.
Pasaron horas y minutos infinitos que hacían de la noche eterna, pero llegaba el momento de partir y como si fuera casualidad se preguntaron la existencia de otro ser en la tierra.
-Que raro. A dónde se habrá ido Emilio.- Decía Micaela desarreglada por los paros del corazón
-Seguro nos quiso dejar solos.-  
«qué buen pata es ese huevón.» volvía a respirar después de esos largos besos de cincuenta metros bajo el nivel del amor.




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