Usa trajes
grises para contrastar su barba parda lóbrega y
su nívea piel empalidecida; las ojeras bordean sus ojos, como radares
que miran su contradicción. Mira al
vacío cuando no ve el dilema, alza sus
brazos para no ahogarse entre discusiones; porque él no sabe lidiar con sus
voces y cuando lo hace se reprime en su asfixio. Sus voces lo condenaron a una
soledad perenne que lo llevó a esa solitaria rutina de hablar al público sin qué comentar. No tiene hijos y no los poseerá, ha sido parte de su condena; quitarle el
derecho de gozar su propia familia es uno de sus grandes problemas.
Es escritor urbano en una capital gris de América latina. Gana unos centavos con los malabares en la Avenida Angamos. Consigue muchas veces lo que quiere mediante la manipulación de una voz que le dice estratégicamente que hacer, y cuando cree haber hecho todo para que la voz esté cómoda, otra voz le fastidia.
Ha tenido un pasado misterioso que no recuerda, para complacer las voces que vio crecer dentro de él y entre tantas disyuntivas de estar con alguien o no, dispara su mente –como bala de cañón- al octavo cuarto del cielo sin los brazos abiertos. Aspira caer muerto y no sentir el porrazo del concreto. Internando sus esperanzas por las musas en una mazmorra donde los palomos agonizan al entrometerse en el humor de las fresas que se olvidaron sacar meses atrás. Emilio ha besado a tanta Julia en sus notas, pero ninguna en la realidad ficticia de esta historia y todas sus contradicciones románticas las escribe –después de contrastar lo real y lo ficticio- entre lágrimas negras. Vive en una encrucijada, perder la amistad de tantas relaciones que con el largo del tiempo han de desarrollarse en los relatos cortos, mientra bebe un café.
Es escritor urbano en una capital gris de América latina. Gana unos centavos con los malabares en la Avenida Angamos. Consigue muchas veces lo que quiere mediante la manipulación de una voz que le dice estratégicamente que hacer,
Ha tenido un pasado misterioso que no recuerda, para complacer las voces que vio crecer dentro de él y entre tantas disyuntivas de estar con alguien o no, dispara su mente –como bala de cañón- al octavo cuarto del cielo sin los brazos abiertos. Aspira caer muerto y no sentir el porrazo del concreto. Internando sus esperanzas por las musas en una mazmorra donde los palomos agonizan al entrometerse en el humor de las fresas que se olvidaron sacar meses atrás. Emilio ha besado a tanta Julia en sus notas, pero ninguna en la realidad ficticia de esta historia y todas sus contradicciones románticas las escribe –después de contrastar lo real y lo ficticio- entre lágrimas negras. Vive en una encrucijada, perder la amistad de tantas relaciones que con el largo del tiempo han de desarrollarse en los relatos cortos, mientra bebe un café.
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