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jueves, 19 de septiembre de 2013

El café de Emilio - Avenida Pardo

Era las once de la noche de un día cualquiera, para el que viera el sábado como un santo de la semana. Los arboles de Miraflores bañados en el smog del distrito escupían polvo a los transeúntes y más a las parejas que renegaban de los celos de uno.  El calor de la ciudad sofocaba los corazones de una pareja que discutía en medio de la Avenida Pardo entre carros que pasaban con destino a un bar de esos tiempos.  “Mira una vez más y me voy, no soporto tus celos enfermizos de –dónde estoy y a dónde voy-“Como era común esas palabras se quedaban grabadas en la madera de las sillas donde se sentaba cualquier pareja y esa noche, justo esa noche tres amigos paseaban por ahí sin pensar que caerían en las trampas de un estratega, el amor. 
Andrés y Emilio caminaban muchas de aquellas noches de verano, todos los sábados por esos espacios públicos sin visita desconocida, para desahogar los pecados que cometieron dentro de esa semana. “Sabes si Julia le tomaría un poco de importancia cómo estoy, no estaría contándote esto. Seguro estaría con ella, conversando como aquellos días cuando éramos amigos” vomitaba Emilio las palabras que le nacían por tanto mareo esa tarde, al haber visto a Julia abrazada de un desconocido por la calle Arica. Cansado Andrés de ver el vomito de su amigo, intentó ayudarlo, dando a conocer su propia táctica en los amores vacíos e ilusos.
-Mira Emilio, déjate de huevadas. Ya han pasado como nueve meses y sigues en lo mismo. Haz como yo. No te enamores, enamórala. Eso siempre me funciona con cualquier flaca.-
-Eso dices, porque tú la tienes más fácil. Yo tengo que soportar las dudas e indirectas que me envía ella. ¿Para qué? Para verla con otro tipo, abrazados y tomados de la mano. A caso no sabe cuánto la quiero y cuánto tiempo le he dado para hacerla sentir mejor, después de tantas formas de menospreciar nuestra amistad. He soportado sus berrinches, sus quejas, sus insultos y mírame sigo acá, manteniendo la amistad que me une a ella.-
-Huevón, tú no eres su amigo desde la vez que se te lanzó y empezó a gustarte; no te hagas, se te notaba. Todo el mundo sabe que te gusta, pero a una flaca no le puedes mostrar eso. Tienes que aparentar que te da igual sus sentimientos, para que ella esté detrás de ti. Eso le gusta a las flacas, que no le des bola, así están detrás de ti.-
Entre las lágrimas que derramaba las palabras de Emilio una presencia extraña de pelo largo y rostro pardo se acercaba a esas almas envenenadas de deseos prohibidos. “¿Emilio qué te pasa?” el sonido organizado de unos bellos labios hechos por el hombre preguntaban por la alma que sudaba penas. “Es lo mismo de siempre Mica, otra vez está llorando por Julia” Emilio se tragaba los tragos amargos de sus propias lágrimas, para no volver a sentir esa sed de llanto y recobrar el sentido a su alrededor.
- Ah ya. Bueno, te traje el café que querías. Espero que te haga sentir mejor –dijo Micaela- pero si sigues así terminarás con todos los cultivos de café.- terminaba con una risa jocosa de completar lo que tenía para Emilio y se olvidaba de él, para caer en los labios de Andrés. Como si fuera algo cotidiano, para aquel que no fue una vez violinista de una cena de fin de año. Andrés y Micaela golpeaban sus lenguas contra todo verso mal hablado de las amigas de ella y Emilio se arrimaba cómodamente en esa extraña compañía, abrazándolos dentro él cuando bebía el café y prendía un cigarro de la cajetilla de Andrés, para olvidarse un poco del tiempo y de Julia. Emilio ya no sabía lo que sentía, pero estaba aprendiendo a cosechar sequías, para no volver a cultivar primaveras. 

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