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viernes, 20 de septiembre de 2013

El café de Emilio - En la lona

En este mundo no hay que aferrarse a nada.. así como te aferras a lo que te apasiona, dale una chequeada al otro mundo y a las personas que quieren saber de ti como lo hice en su momento yo. Espero que te vaya bien. Tu también sabes que podrás contar conmigo si necesitas alguien como yo en el mundo tan jodidamente bonito. Hasta siempre. Y ojala volvamos a vernos algún día sin presiones.

De ella, para mí.





Capitulo 1


En la cuadra cuarenta y cinco de la
Av. Petit Thouars, el cemento fresco que un día será un fragmento de la vereda, se transforma en papel  para las mentes de parejas que petrifican su relación en una corta frase desafiante a las futuras posibilidades de una separación, y los amarra en un juego de ilusiones eternas sin pensar en la terrible extinción de su libertad. Ilusión en el suelo, con un tono gris cemento que es invocada letra por letra en esa frase; hasta que un día, un fenómeno haga trizas esa utopía y quede para siempre en sus mentes ese suceso escrito que forma parte de la vereda que saboreará aparte de las ilusiones destruidas, un rostro ensangrentando y quizás los besos de un ebrio enamorado que escribió su nombre al lado de su antiguo amor. en la cuadra cuarenta y cinco de la Av. Petit Thouars.

En la cuadra, al mediodía una pareja de aproximadamente catorce años juegan a la rayuela utópica de saltarse partes de la vida, sin conocer los sabios procesos en el amor. Nadie interrumpía su juego de barrio, porque todos sabían que el juego es parte del crecimiento que ayudará a los pequeños ilusos a ser fuertes, como fríos ante frágiles relaciones y calientes deseos de volver a ilusionarse de la misma persona.
El dueño de la bodega que se encuentra en la esquina. Observa a la pareja de pubertos a pocos metros de distancia y saborea sus labios secos, para recordar la ausencia del hambre que ya muerto se encuentra y colgado su recuerdo instantáneo al costado del televisor, en la parte superior de un ángulo exacto para poder girar, mientras hace los cálculos y
ver los goles que desde hace más de tres décadas anhela. Al regresar a su propio laberinto de abarrotes, le pasa la voz a su hijo mayor para que se haga cargo del cálculo, mientras él descansa en una silla roja viendo el partido que ese día quería. Vuelta a lamerse los labios, sentado en su sofá carmesí, escuchando el tumulto de clientes que llegan al mediodía a comprar la lista de ingredientes para el almuerzo.
Un joven pide en su lista: una cajetilla de veinte unidades de tabaco con alquitrán. “Otra vez Emiliano” la voz del dueño que de improviso, se alzó al ver las compras del muchacho y desde pequeño había visto al joven Emilio acompañado de su madre ingresar por la bodega con una sonrisa llena de calma interrumpió el trato entre su hijo y Emilio.

-.Anda, chinito, son solo puchos; me ayudan a quitarme ese pánico de encima por un rato. Dame mi café, por favor.- Se levantó el chino del sillón, con un rostro de soberbia.
-. Si no son puchos, es café y si no te basta con eso, es el trago. A tu edad es malo ahogar de esa manera todos tus problemas. Solo los loquitos hacen esas cosas -. El chino percibió mientras servía el café,  por un breve momento, los ojos de Emilio que miraba detenidamente  a la pareja de chicos jugando rayuela; le entregó el vaso a medio llenar de café instantáneo. Lo miró de reojo  y le dijo.- Acaso estás enamorado de una de esas que vive por acá. Ojalá que no. Estas chicas son bien especiales, pregúntale  a cualquier hombre que se haya enamorado a tu edad. Al parecer está maldito enamorarse en Miraflores durante los años mozos.-
-No, para nada. ¿Yo, enamorarme? Pff. No tengo tiempo para esas ridiculeces. Es un gasto de dinero y tiempo. Estoy concentrado en mis estudios.- decía sobreactuado Emilio,  mirando el suelo morado donde recordaba sus primeros pasos, mientras apresuraba los sorbos que bebía  del café.
-Ay caramba, que bien pues muchacho.- decía el chin, pensando que no iba a ver otro triste miraflorino merodeando por su tienda para pedirle una chata de ron; como era habitual en el barrio del parque clorinda,  para curar las heridas de esas guerrillas románticas.

 Lo que no sabía el chino era sobre la desesperación que desataban preguntas tan simples como esas en Emilio, la prisa que tenía para volver a conectarse en su computadora, olvidándose de la pareja que jugaba rayuela, la cuadra cuarenta y cinco de la
Av. Petit Thouars,  Miraflores y el mundo entero. Él solo quería estar al frente del monitor y escribirle a Micaela, cualquier cosa para enredarse en una conversación que no sabía si estaba haciendo bien o mal.
-¿Emilio, estás?- Había dejado de mensaje en la red social donde se comunicaban sus historias, ideas, banalidades y a veces, hasta sentimientos que tenían el uno del otro. Volvía la calma en Emilio atravesando con un saludo primordial y un cómo-estás en la conversación.
-Ah bueno, Te tengo que contar algo muy importante, es sobre algo que me está pasando. Hace una semana. Conocí un chico que se llama Andrés. Es demasiado lindo, sabe las canciones de Silvio y Pablo Milanés; creo que estudia música y me parece simpático.-  Derramaba Micaela desde su habitación todas las fragancias aromáticas que le hizo oler Andrés ocho días atrás en el parque María
Reich.
Un día cuando Emilio tenía que hacer unos trabajos; Micaela salió con su perro por el malecón. Mientras caminaba, ella tenía frases de poemas que Emilio le pasaba, generando dudas en su cabeza 
«A Emilio le podría gustar…nah. Sería muy chistoso, extraño, tal vez, en especial con él.»
Kundalini (la mascota de Micaela) empezó a ladrarle a un desconocido que estaba sentado en una de las bancas del parque, como tratando de callar las melodías que cantaba el chico al viento. -¿Te puedo ayudar?- Dijo el chico de mediana estatura, mirándola a los ojos. Atravesando todos los campos de trigal que nadie había sembrado, hasta tocar la puerta de esa hacienda que ella no sabía que existía dentro de su corazón. –Ah, Hola, no para nada. Es él que a veces se pone en un plan jajaja.- Con un tono nervioso y pasivo, tratando de manejar sus emociones dejaba entrar todas las posibilidades que podían suceder en esa tarde. –Ah bueno.- Retomaba la letra y continuaba el ritmo de Silvio. Como noticia de golpe, de pronto se sabía que el corazón de Micaela había sido dominado en cierta parte por el chico y las melodías que tiempo a tiempo del riff, de la guitarra envenenaba en una terrible ilusión a la pobre. –Tocas a Silvio qué paja, sería bueno que conozcas un amigo que le encanta su música.- Andrés la miro y le respondió con una aprobación al entendimiento de cualquier ser viviente en este planeta.
Antes de continuar con la pesadilla descrita por Micaela, el miedo en el pobre Emilio recorría sus venas, como si le hubieran inyectado aire. Se quedó paralizado con la posible respuesta de su pregunta, ya que ese “me parece simpático” decía todo lo que iba a venir.
-. Espera. ¿Cuál es su apellido? -
-. Benavente.- Miraba Emilio por su ventana, como si todo otra vez estuviera perdido.  Prendió un cigarro y disparó otra idea en su cabeza, rindiéndose antes de tiempo. Tiraba la toalla llena de versos dentro del cuadrilátero del amor y dejaba que otro se llevara la copa con la que uno sueña tomar vino el día de su boda y renunciaba a todas sus intenciones con  la musa que vivía en sus sueños. Cuando de pronto se abre otra ventana de conversación en su monitor.
-Oe! No sabes. He conocido una flaca hermosa, cualquiera que esté con ella la tiene ganado. Voy a salir con ella  uno de estos días, fácil, y un pata de ella  la próxima vez. Ya la hice men. Wuuujuu.- Andrés se bañaba en gloria. Purificaba su piel, perdiendo la memoria de las victimas en su haber. Tantos corazones rotos y ninguna disculpa. La sonrisa mental de Andrés era impresionante. La guerra de pasiones, no importaba cuando su alma estaba de carnaval. Por primera vez  había visto a una chica tan hermosa, como Micaela y no parecía querer perder la oportunidad que le dio ella. Tal vez esto era distinto o tal vez era igual. Andrés resultaba siempre impredecible en los juegos del amor.
-Sí, la manyo. Es Micaela. Me acaba de contar la historia. Sal con ella si quieres. Es buena gente.-
Con esas palabras entregaba a uno de sus más grandes amores secretos, en bandeja de plata al amigo. Emilio estaba triste, quería olvidarse de todo. Se desconectó de las redes, respiró profundamente y al exhalar todo ese aire que retenía en su garganta, dejó sacar todo esos deseos con Micaela juntos. Una avalancha se venía encima de él. Su cuerpo no resistía la presión. Entró entre llantos sigilosos en compañía de su almohada con las tres de la tarde cubriéndole el cuerpo por la ventana.



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