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lunes, 16 de septiembre de 2013

¡Qué bella la mulata!

El sol limeño se durmió sobre una viña del mar, por las costas de Ancón nació una morena hija de africanos traídos de la emancipación. Era delgada, llevaba paso firme. Unos labios delgados colgaban de su frente, su cuerpo seducía a caballos de paso, sin necesidad de un hombre. Era imán de caballeros, devotos y pordioseros. Sus ojos oscuros y las ojeras resaltantes como búho intrigante llamaban la atención de todo hombre al mirar constante. ¡Qué bella la mulata!

Era la reina y al caminar derramaba sensualidad por todo el paseo colón, arrastrando nuestros deseos en sus bolsos multicolores con bordados afro peruanos. Con unos tambores ella movía las lentas y calientes caderas, como serpiente en el desierto se apoderaba de estas urbanas praderas. Caminaba con tulipanes en las manos; unos tacones lejanos y moviendo los brazos de lado a lado, con la cara levantada en son de un nuevo amor y la mirada abajo; recordando esos caídos piropos de un viejo amor que una estación se llevó en la última embarcación del Callao del año 1924, rumbo a Valparaíso, el mulato se escapó ¡Aquí estoy mulata!

Mientras las carretillas perdían el ritmo del tránsito con esas piernas fértiles que suspiraban compañía, las mujeres del jirón de la unión se hacían preguntas entre ellas, sobra esa chica de piel canela.
“¿Qué tendrá la muleta esa? ¿Qué tendrá de elegancia y libertad?” ¡Ser una diosa de plata, eso eres mulata!


Por no ser descortés un forastero de mediana estatura de poncho andino, nacido entre blancos respondió a su pregunta.
“La mulata no lleva los ojos pintados tratando de ser un búho, ella nació sin maquillaje, con el amazonas en su vientre y los ríos colgantes en su extensa melena. Nació sin construcciones, ni pellejos de leones. Es dueña de corazones, porque no está como loba detrás de los roba amores”




Ay mulata, morena ingrata
zamba que ataca, mirada que mata
cuerpo que hipnotiza y labios que martirizan.
Que puedo hacer, para tener tus labios
por primera y única vez.

Dime que tengo que recitar
para alejarme de estas monas blancas
que intentan reírse de ti;
seré tu esclavo, a cambio de una caricia tuya.

Negra te quiero en mi mente
acariciar los talones con mis labios
y en tu alma morir lentamente.


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